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Apropiación tecnológica para Pueblos Indígenas:  ¿realidad o utopía? 

Por José Luis Santillán 
 

Cirino Placido Valerio fue un dirigente Indígena Mixteco del estado de Guerrero, oriundo del ejido de Buena Vista, municipio de San Luis Acatlán, Guerrero. Era usual encontrarlo en su casa leyendo un libro en su hamaca, sentado escribiendo en su computadora, o verle con un AR-15 terciada, en una camioneta llena de Indígenas armados vistiendo sus uniformes de la Policía Comunitaria. 
 

Aprendió a leer y eso fue todo lo que unos cuantos años de primaria le proporcionaron. Lo demás fue trabajo en el campo de los finqueros, trabajo de migrante en el entonces Distrito Federal y salir adelante cargando 500 años de pobreza y guerra de exterminio -esto último no lo digo yo, así se expresaba él. Su laptop con el dibujo de una manzana en la tapa siempre contrastó con los adobes, el piso de tierra y el fogón de leña en su casa. Si ya te tenía algo de confianza, siempre te estaba preguntando cosas de la computadora, cómo hacerle para esto, como hacerle para lo otro. Basta googlear su nombre para conocer su trayectoria, aprender de su experiencia, conocer sus historias; pero ahora lo traemos a cuenta porque algo que constantemente recalcaba, era la importancia de que los Pueblos Indígenas aprendieran a usar la computadora, y no solo, también repararlas o incluso fabricarlas. 

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Un día yo le cuestioné; quizás es más importante que aprendan a fabricar esas -señalando la AR-15 que estaba recargada afuera en el pasillo-. No, -contestó rotundamente- no te confundas, esas solo son para que podamos usar estas, señalando de nuevo su computadora. Las armas solo van a servirnos para que estén ahí descansando, por si hay amenaza, pero estas -agito su laptop en el aire- pueden salvar vidas, salvar nuestra lengua, nuestros territorios, nuestra práctica política, nuestras creencias y pensamientos. Imagínate si aprendiéramos a fabricarlas, quién sabe qué más podrían salvar o inventar o cambiar. Si cuando los Indios aprendimos a tejer guardamos en nuestra ropa el origen de la vida, los dioses y sus secretos, cuando aprendimos a arar la tierra logramos establecernos y sobrevivimos la guerra de conquista, la guerra de independencia, la guerra de la revolución y ahora la guerra contra los narcoparamilitares. Aquí inventamos la policía comunitaria y el sistema de reeducación, todo un sistema de seguridad y justicia paralelo al sistema del Estado Mexicano y funciona mucho mejor y sin mucho gasto. Imagínate todo lo que podríamos hacer sabiendo cómo funcionan todas las tecnologías. 
 

De nuevo intente cuestionar… ¿pero no sería lo mismo que lo sepan ustedes como Indígenas o cualquier otra persona. No, me interrumpió de inmediato,diciéndome. ¿Que se ha hecho con tanto conocimiento? Guerras, sometimiento, saqueo, destrucción del planeta. Nosotros no hemos perdido el pensamiento colectivo, mantenemos las asambleas y el respeto a los cerros, a los animales, sin cerros no hay árbol, sin árbol no hay lluvia, sin lluvia no hay agua y sin agua no hay vida. Nosotros miramos el mundo distinto, ustedes todo lo quieren vender y no tienen nada sagrado, la tecnología en sus manos es diferente que la tecnología en nuestras manos y eso lo saben los capitalistas, por eso a nosotros no nos enseñan. 
 

Al final, casi como siempre, Cirino Placido no solo me convenció, sino que me demostró que tenía razón. Después de ocho años participando en procesos de apropiación tecnológica con compañeros y compañeras de pueblos originarios, me queda claro que la falta de acceso a la educación básica, media y superior, es una barrera enorme y muy difícil de flanquear, cuando lo que se busca no solo es facilitar los conocimientos necesarios para el uso de las tecnologías, sino su comprensión en términos de lo que permite su operación y por lo tanto el desarrollo de habilidades para -como imaginaba Cirino- su reparación y fabricación. Casualmente a los Pueblos Indígenas se les niega la educación de muy diversas formas. No en las leyes, no en los reglamentos de las escuelas, no en los programas sectoriales de las instituciones públicas, pero sí en los hechos, en el día a día, en las aulas de las escuelas o en la falta de ellas, en la vida diaria de las comunidades. 
 

La ENADIS1 2017 estima una población Indígena de 10 millones de personas (de 12 y más años), de las cuales 49.3% perciben que sus derechos son poco o nada respetados. Según el censo de población INEGI de 2010 el 27.3% de la población hablante de lengua Indígena de 15 años y más no sabe leer ni escribir. Este porcentaje de analfabetismo se incrementa a medida que aumenta la edad: 9% para el grupo de 15 a 29 años; 21.5% para el de 30 a 44 años; 37.1% para el de 45 a 59 años; 56.9% para el de 60 a 74 años, y 66.9% para el de 75 años y más. El porcentaje de la población hablante de lengua Indígena que no asiste a la escuela alcanza 14.8% para el grupo de 12 a 14 años de edad; 59% para el de 15 a 19 años; 90.6% para el de 20 a 24 años, y 96.2% para el de 25 a 29 años. Es decir, una vez concluido el periodo que corresponde a la educación básica obligatoria (primaria y secundaria) a los 15 años de edad, casi seis de cada diez jóvenes hablantes de una lengua Indígena dejan de asistir a la escuela. Llama la atención, de manera preocupante, que en la muestra de más de 23,000 jóvenes que sólo hablan lengua Indígena utilizada en la Encuesta Intercensal 2015, ninguno haya alcanzado estudios superiores, o incluso terminado la escuela secundaria. 
 

Ante este contexto, la pregunta inevitable es ¿cómo apropiarse de la tecnología cuando no existe acceso a la educación, ni siquiera a veces a la alimentación? Una primera respuesta sería aprender del camino andado. Existen desde hace décadas diversas experiencias en varios estados del país, donde colectivos, organizaciones sociales y organizaciones civiles en conjunto con autoridades y Pueblos Indígenas, han experimentado la construcción de escuelas autónomas, campesinas, o 1 Encuesta Nacional sobre Discriminación 3 Indígenas, centros de saberes, universidades interculturales, y muchos otros procesos de educación popular desde la pedagogía crítica para la revalorización de lo que Fals Borda denominaba “ciencia subversiva o ciencia del pueblo”. La experiencia nos ha mostrado que ante la discriminación educativa intencionada, los conocimientos y saberes occidentales asociados al uso y manejo de la tecnología, pueden encontrar una base de arraigo en las prácticas cognitivas propias de los pueblos originarios, lo cual es suficiente para iniciar un proceso de apropiación tecnológica. Éste no será de la forma lineal en que la educación formal nos dice que se debe de aprender, sino a partir de procesos creativos y flexibles que permitan profundizar sin descontextualizar. 


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Entre el 2019 y el 2020, como parte del programa Sistemas de Comunicación Comunitaria que desarrollamos desde el Centro de Investigación en Comunicación Comunitaria A.C. llevamos a cabo una experiencia de apropiación tecnológica con tres radios comunitarias de los pueblos Nahua, Mixtecos, Tlapanecos, Triqui, Zapotecos, Chinantecos y Otomi-Hñatho, de los estados de Guerrero, Oaxaca y Estado de México. Al inicio de este proceso, recuerdo perfectamente el rostro de incredulidad de algunas compañeras cuando iniciamos con los talleres teóricos. Algunas apenas sabían leer, sin embargo en los talleres prácticos eran como pez en el agua armando su antena y aprendiendo a soldar viejos componentes electrónicos. Una de ellas, ya de edad, maestra jubilada de la primaria de su pueblo y ex regidora de educación en el ayuntamiento me dijo: “muchas gracias maestro, yo sé lo difícil que es enseñar a los niños pequeños, pero aprender a armar esos aparatos; no nomás es que sea difícil, está cabrón, pero ya vi que sí se puede, poco a poco se va quitando el miedo, no se desespere maestro”. 
 

Aquí es entonces cuando podemos plantear una tercera respuesta, plantear quizá una tercera respuesta, y es que los procesos de apropiación tecnológica sólo pueden lograrse, a través de una suma de voluntades que operen desde un compromiso a largo plazo. Porque resulta que el miedo no lo genera el cautín y la soldadura que hay que poner, sino más de 500 años de racialización de conocimiento que ha construido en su imaginario, una relación antagónica entre el ser Indígena y "lo moderno". Generalmente esto último se asocia a una noción de modernidad monolítica que, como señala la antropóloga Claudia Zapata, no distingue entre una vertiente instrumental y una emancipadora, reproduciendo a fin de cuentas esa discriminación histórica y la imposibilidad a los pueblos originarios de desplegar su propia apuesta por la modernidad, que, como decía Cirino, no es como nosotros la entendemos. 
 

La apropiación tecnológica es un derecho en tanto acceso a la información y a la educación. Como problema estructural, requiere del análisis permanente desde un diálogo de saberes, a partir de una pedagogía de retroalimentación enraizada en los marcos epistémicos de quienes ejercen este derecho, en nuestra experiencia las y los compañeros de los pueblos originarios. Solo así este proceso podrá dejar de ser una utopía para convertirse en realidad, teniendo en cuenta como dijo la compañera que "no nomas es que sea difícil, está cabrón, pero ya vi que si se puede".


--José Luis Santillán Sánchez es un periodista de oficio, fotógrafo y radialista apasionado, empeñado en compartir herramientas comunicacionales para la defensa y el ejercicio de los derechos civiles y políticos en México. Se encarga de diseñar e implementar estrategias pedagógicas de comunicación, que sean pertinentes en el acompañamiento a las comunidades y coordina el programa Sistemas de Comunicación Comunitaria.

Es director del área de Comunicación Comunitaria en el CICC A.C. Y colaborador en distintos medios como: Revista Contralínea, Subversiones AAC, Radio Lucha Libre (Guatemala), y Buscando América/KBOO Community Radio.