La era de la fusión de la experiencia humana con la tecnología está sobre nosotros; esa pendiente inevitable de lo que produce la mente entrelazada con un alma frente a la mente de una máquina enseñada por un alma. Como artista visual/activista de 32 años de Ciudad del Cabo, siento el impulso del siglo de crear a la velocidad de la luz y un cambio urgente en la forma en que perseguimos nuestra curación colectiva, más acuciante tras el devastador impacto que 300 años de colonización y 46 años de Apartheid han tenido en el pueblo de Sudáfrica. Muchas personas, sin embargo, desconfían de los últimos avances en el espacio tecnológico, de quién controla los datos y los beneficios, y de cuál será el impacto a largo plazo en nosotros como sociedad global, una sociedad que ya está luchando por salvar nuestro planeta de la codicia y la destrucción bélica. Se trata de un temor justo y válido que deben mantener los detractores cautelosos. Yo, sin embargo, tengo una opinión diferente sobre adónde puede llevarnos esta era de la tecnología. Y cuando digo "nosotros", me refiero a los Pueblos Indígenas del mundo, la gente del suelo y del cielo cuya sangre y realidades han quedado esparcidas por el páramo de la conquista colonial y el deporte imperial. Me refiero a nuestra gente que trabaja incansablemente para elevar y salvaguardar nuestras identidades, y como cualquier niño nacido de una tierra empapada por el genocidio, que desea desesperadamente la conexión y la economía creativa para poder vivir estas identidades ganadas con tanto esfuerzo en un futuro seguro y protegido.