Pasar al contenido principal

Una comunidad, múltiples identidades.

 

En Acatlán, México, cuando alguien muere, se reserva una palma bendita para Semana Santa que se utilizará tanto para los zapatos que el difunto llevará en el ataúd, como para hacer una cruz que se le colocará en las manos. Antes de su muerte, las personas eligen la ropa que quieren llevar a la tumba. Dentro del ataúd hay una pequeña ánfora que se llena de agua, un puñado de maíz o pan, y una buena cantidad de ropa que se usaba en vida. Para el velorio se prepara comida, que puede ser atole o café y pan. En el entierro, las familias de escasos recursos ofrecen sopa de frijoles, arroz y tortillas, así como chiles en escabeche. Estos alimentos se distribuyen a todos los que acompañan a la familia desde el velorio, pero también se envían raciones a casa para los familiares o para comer más tarde. Los que pueden permitírselo preparan mole rojo con pollo. 


Tras el entierro, las oraciones continúan durante nueve días. Cuando termina el novenario, se celebra con pozole, mole rojo con pollo o cerdo y tamales de frijol. El Día de Muertos, se ofrece comida a los difuntos en el altar y se enciende una vela en su memoria. Mientras haya familiares, no se olvida a los difuntos. La mayoría de los habitantes de Acatlán suponen que este ritual los acompañará en su muerte, y de hecho es lo que ocurre. Pero en el caso de una mujer trans que nació en esa comunidad, pero tuvo que abandonar su hogar por intolerancia, ¿cuál será su ritual de muerte? 


Daniela Esmeralda son los nombres que elegí para mí y que han sido legalmente reconocidos en mi nueva partida de nacimiento. Ahora soy lo que la cultura occidental considera una "mujer trans". Cuando nací, mi madre dio a luz a un niño, pero ese niño nunca fue feliz y tuvo que emigrar a una gran ciudad para encontrar su libertad. En mi adolescencia mi madre me puso un apodo, “Ixaha”, porque se me llenaban los ojos de agua, quizá por la tristeza de no poder cumplir los sueños de mis padres por ser su hijo. 
 

imgOfrenda del Día de Difuntos en casa de los padres de Vázquez.

Los roles de género en mi comunidad han continuado sin cambios significativos durante varios años. En la mayoría de las tradiciones y en la vida cotidiana los hombres asumen sus roles y las mujeres los suyos. Por ejemplo, en una muerte, los hombres son los encargados de cuidar el pozole toda la noche, ir a buscar leña y mantener el fuego encendido, y revisar que al amanecer tanto la carne como el maíz estén cocidos, ya que sirven de desayuno. Las mujeres son las que cuecen los frijoles y hacen las tortillas y el arroz o el mole que se comen por la tarde. Ni las mujeres ni los hombres pueden dedicarse a otra actividad que no sea la suya. Los hombres tienen mayor jerarquía en la comunidad, por lo que tener un hijo varón se considera valioso. 


Debido a la rigidez del sistema binario, la transición en una comunidad Indígena como Acatlán es un proceso complicado. No existen referencias a un pasado que permita a ciertas personas hacer transición de un género a otro o modificar repentinamente su cuerpo para asemejarse a un sexo distinto al asignado al nacer. "Pueblo chico, infierno grande" diche un proverbio mexicano, ya que existe toda una red de vigilancia de cuerpos y géneros. A esta vigilancia le sigue la violencia física para modificar los comportamientos atípicos de género, el rechazo y algo que en náhuatl se conoce como pinauistli, que literalmente significa vergüenza. En una comunidad donde la gente se reúne continuamente en diversas actividades, desde fiestas hasta trabajo comunitario, la vergüenza conduce al aislamiento y a la falta de participación en la vida comunitaria. 


Dejé mi comunidad a los 15 años con el pretexto de continuar mis estudios en Ciudad de México, pero la verdadera razón era la insoportable tensión familiar debida a mi identidad de género. En la capital encontré la libertad y comencé mi transición. Visitaba a mi familia cada mes, y cada mes eran testigos de los cambios que mi imagen y que mi cuerpo estaba sufriendo. En cada visita mi padre me prohibía salir de casa, pues no quería que los vecinos me vieran. Para alguien que había ocupado cargos importantes en la comunidad, enterarse de que tenía un hijo que se estaba transformando en mujer era una gran vergüenza. Dejaron de llevarme a las fiestas familiares o a cualquier otro acto comunitario. Con los años, mis visitas se hicieron más esporádicas: algunos cumpleaños, el Día de los Muertos, Navidad. 

img
Avenida Alvarez Acatlán, Guerrero, Mexico.


La identidad, es decir, cómo nos percibimos a nosotros mismos y las características que nos definen, no es una cuestión unilateral. Aunque en cada visita a mi pueblo la gente me deja claro que me reconoce como mujer, han dejado de reconocerme como parte de su identidad cultural. Es como si mi identidad de género hubiera borrado mi identidad cultural y yo tuviera que hacer un esfuerzo para recalcar que también formo parte de esa comunidad, que sigo hablando la lengua y conociendo las tradiciones. Pero, ¿sigo siendo realmente parte de "mi" comunidad? Si muero en Acatlán, ¿formaré parte de la tradición sobre el trato a los difuntos? Si muero antes que mis padres o mis hermanas, ¿cómo se enfrentarán a una sociedad que no reconoce oficialmente mi existencia? ¿Respetarán mi identidad femenina y dirán que murió Daniela Esmeralda? 


La gente de Acatlán me reconoce como mujer porque en su imaginación represento el binario al que están acostumbrados. Si no fuera así, seguramente sería blanco de burlas. La diversidad sexual y de género es algo que está fuera de los límites de lo aceptable en Acatlán, tanto que no hay personas que se acepten abiertamente como homosexuales, lesbianas, bisexuales o transgénero que vivan ahí. Tal vez por la intolerancia, quienes formamos parte de esta diversidad hemos tenido que exiliarnos, rompiendo lazos familiares y comunitarios, mientras que los que se quedan tienen que reprimir sus deseos o vivirlos a escondidas. ¿Continuará esta dinámica? La respuesta dependerá de las nuevas generaciones y de la influencia de los nuevos cambios legales en cuanto al reconocimiento de la identidad de género y la igualdad en el matrimonio.


Al igual que los Pueblos Indígenas luchan por sus identidades culturales defendiendo los derechos a la no discriminación y a la autonomía, también deben reconocer que existe diversidad en el amor, el deseo, la expresión de género y la modificación corporal. Las comunidades Indígenas tienen que reconocer que en su seno albergan a personas diversas. Este reconocimiento, lejos de menoscabar a la comunidad, puede enriquecer aún más a nuestros pueblos al comprender que las personas trans también son una parte valiosa de las culturas Indígenas.



— Daniela Esmeralda Vázquez Matías (nahua) estudió Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales y es defensora de los derechos humanos de las personas de sexualidades y géneros diversos. Es fundadora y vicepresidenta de Almas Cautivas A.C. Todas las fotos son cortesía de Daniela Esmeralda Vázquez.
 

Foto superior: Daniela Esmeralda Vázquez, una acateca en ciudad de Mexico.

Our website houses close to five decades of content and publishing. Any content older than 10 years is archival and Cultural Survival does not necessarily agree with the content and word choice today.