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Resiliencia Indígena: de la estepa de Mongolia a la Cordillera de los Andes

Las comunidades Indígenas que fueron los primeros agricultores del planeta, siempre han estado a la vanguardia de las prácticas agroecológicas. Incluso cuando han sido desposeídos de su tierra, han buscado la manera de incentivar la soberanía alimentaria, preservar la biodiversidad y proteger, para las generaciones futuras, los territorios que gestionan. En todos los continentes, los Pueblos Indígenas resisten al modelo industrial de agricultura al que obliga la colonización y la globalización. Ahora, durante la pandemia del COVID-19, los Pueblos Indígenas están liderando esfuerzos por la recuperación; movilizando recursos de ayuda mutua y presionando por un cambio en la política. Con la idea de reforzar acciones urgentes y creativas para salvaguardar la seguridad alimentaria comunitaria con alimentos saludables, el Fondo de Agroecología, un fondo a base de donaciones de personas o entidades que apoyan prácticas y políticas agroecológicas, brindó apoyo a 59 organizaciones de base en todo el mundo, muchas de ellas lideradas por Indígenas. Estas son sólo algunas de sus historias.



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Foto cortesía de Potato Park.
 

Las Américas


Mientras la pandemia azotaba América del Sur, miles de peruanos huyeron de las ciudades hacia sus pueblos en los Andes y el Amazonas. Con las tasas de infección urbana aumentando y las actividades económicas estancadas, el COVID-19 provocó una reversión de la migración urbana, algo no visto en décadas anteriores. Aunque la vida es difícil en las áreas rurales, las comunidades continúan con su tradición de cultivar una amplia diversidad de alimentos y han podido permanecido protegidas de los efectos más devastadores de la pandemia. “Las tierras saludables producen alimentos saludables y cultivar cultivos nativos es bueno porque sabemos que fortalece nuestro sistema inmunitario y resistencia a enfermedades como el COVID-19”, menciona Ricardina Pacco Condori, experta local de la comunidad de Paru Paru.

 

Una de estas áreas es El Parque de la Papa, un territorio reconocido como patrimonio biocultural ubicado a 3.300 metros sobre el nivel del mar en el distrito de Pisac, Cusco, Perú. Hogar de cinco comunidades quechuas (Amaru, Chawaytire, Pamapallaqta, Paru Paru y Saccaca), el Parque de la Papa conserva más de 1300 variedades de papa, la mayor diversidad de papa que se encuentra en el mundo. Mediante la conservación de la biodiversidad andina, el Parque de la Papa protege los derechos y medios de vida Indígenas. “Estamos trabajando para preparar nuevos chakras (parcelas agrícolas) para la siembra, aunque sabemos que no tendremos semillas suficientes para compartir con todos estos agricultores que han regresado. Aun así, estamos muy contentos de ver regresar a nuestros jóvenes y estamos emocionados por la oportunidad de compartir nuestro conocimiento con la próxima generación”, dijo Nazario Quispe Amao, un experto local de la comunidad de Chawaytire. 

 

En tiempos de crisis, los valores ancestrales de solidaridad, reciprocidad y equilibrio conducen a garantizar la seguridad alimentaria. Estas comunidades, con sistemas alimentarios locales intactos basados en valores Indígenas, se han organizado para responder a la crisis. El 13 de mayo, la Asociación de Comunidades del Parque de la Papa distribuyó más de una tonelada de papa nativa a los migrantes retornados y otros grupos en situación vulnerable en Cusco. Lorenzo Huayta Bayona, presidente de la Asociación, dijo que “la papa que llevamos a nuestros hermanos y hermanas que carecen de comida en Cusco, es una demostración del Ayni, el principio andino de solidaridad y reciprocidad que practicamos desde la época inca. Nuestro sistema alimentario están profundamente conectado con los principios de Ayllu (comunidad), Ayni y Chaninchay (equidad), y estos definen nuestra economía, salud y bienestar”. 

 

Perú tiene la suerte de contar con un ejemplo brillante de cómo garantizar la seguridad alimentaria en tiempos de crisis. Sin embargo, para que estos sistemas alimentarios Indígenas sean la columna vertebral de la alimentación saludable para toda la población peruana, se requieren cambios drásticos en las políticas agrícolas y alimentarias. El Estado peruano ha demostrado una preferencia cada vez mayor por la agroindustria y las exportaciones de productos básicos de alto valor como alcachofa, granada y arándano, aun cuando los peruanos de la ciudad y el país dependen de cultivos básicos como la papa, el maíz y la quinoa, producidos por pequeños agricultores y agricultores indígenas. Estos productores necesitan y reclaman apoyo público.


La pandemia ha demostrado la necesidad de un cambio hacia el modelo de agricultura Indígena, que ha sostenido a la región durante siglos. “La riqueza más significativa que tenemos como país es nuestro sistema tradicional de agricultura y alimentación andina, no solo por la alta calidad de los alimentos que produce, sino porque lleva los valores que tanto necesitamos para sacarnos de esta crisis. Este es el momento adecuado para revalorizarlo y fortalecerlo”, dijo César Argumedo, director de Asociación ANDES, la ONG que apoya al Parque de la Papa en procesos de investigación, coordinación y desarrollo de capacidades. Aniceto Ccoyo Ccoyo, un agricultor local de la comunidad de Saccaca, se manifestaba de acuerdo: “El gobierno debe reconocer el legado de nuestros antepasados y promover la agricultura y los sistemas alimentarios basados en valores bioculturales”.



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El ganado autóctono está adaptado a los largos inviernos de Buriatia, condiciones que son demasiado duras para la mayoría de las razas de ganado introducidas. Foto por Alexandr Khamaganov. 
 

Asia


Los inviernos son largos e implacables en Asia Central, con temperaturas que a menudo bajan a -40 ° Farenheit. En Mongolia, las familias de pastores nómadas pasan meses acurrucadas alrededor de las estufas de carbón y leña en sus gers (yurtas), subsistiendo con poco más que sopas con carne seca. Su ganado vive la mayor parte del tiempo por su cuenta en los pastizales cubiertos de nieve. Menos del uno por ciento de la vasta extensión de Mongolia es cultivable, y el destino de las personas está estrechamente relacionado con los animales que pueden criar: tradicionalmente vacas, yaks, caballos, ovejas, cabras y camellos. 


Aunque el 40 por ciento de la población de Mongolia practica el pastoreo, en la vecina República de Buriatia, esa forma de vida tan preciada está desapareciendo. Haciendo frontera con Rusia, sus pastizales han sido arados durante décadas para cumplir con los objetivos de producción de trigo de la antigua Unión Soviética. El apetito de Moscú por la industria y la modernización hizo que razas de ganado occidental de alto rendimiento llegaran a Buriatia durante todo el siglo XX, destinadas a suministrar leche y carne a la URSS. Con abundante heno, grano, antibióticos y establos en los que refugiarse, este experimento podría haber sido un éxito. Sin embargo, no existen tales condiciones en Buriatia, ni entonces ni ahora. Al igual que los cultivos introducidos, los híbridos “mejorados” de Angus y Simmental no pasaron la prueba de resiliencia en el nuevo clima, lo que puso en peligro los medios de vida y la seguridad alimentaria de los buriatos. 

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En Buriatia, la histórica represión étnica de la ex Unión Soviética y las oleadas de privatización de tierras posteriores al derrumbe del régimen, han puesto en peligro al ganado, de gran importancia cultural, y el estilo de vida de los pastores nómadas de la zona. Tachado de improductivo, el ganado nativo casi desapareció; una víctima de planes de desarrollo obstinados y políticas equivocadas. La vaca Buryat, una raza lanuda y robusta, nativa del área de la cuenca del lago Baikal, es capaz de resistir algunas de las condiciones más duras de la Tierra.  Sobrevive en situaciones en el que la nieve les llega a las rodillas, alimentándose de poco más que el poco pasto que puede encontrar.

 

Hace unos años, el Centro de Construcción por la Paz en Kirguistán y el Centro de Cultura Indígena Baikal Buryat, comenzaron a colaborar en un proyecto para reactivar las poblaciones de ganado Buryat, con el apoyo del Fondo de Agroecología. “Pertenecemos a naciones nómadas donde los animales nativos eran una parte importante de la vida de las personas. Una de las razones por las que elegimos trabajar con la agroecología y la cría de ganado nativo es porque esta es el área donde mejor se pueden aplicar los conocimientos tradicionales” dijo Indira Raimberdieva, directora ejecutiva del Centro de Construcción por la Paz.

 

Los esfuerzos de los pastores mongoles y buriatos han conseguido sacar al ganado nativo del borde del abismo. Hace unos años, un equipo de investigadores y pastores identificó un rebaño de alrededor de 200 vacas Buryat en un área remota en el norte de Mongolia. Increíblemente, este rebaño aislado había conservado sus características genéticas originales. Los pastores colaboraron con genetistas de animales de Moscú para estudiar los rasgos adaptativos de este rebaño existente e implementar un programa científico de reproducción y una campaña de repoblación. Hasta ahora, sus estudios han proporcionado datos importantes para la conservación del ganado, acercando a los pastores a su objetivo de revivir la base genética de la vaca Buryat. 

 

Los buriatos ven el resurgimiento de la vaca buriata como un camino para recuperar sus parajes tradicionales para el pasto -empobrecidos a través del uso intensivo- y reclamar sus propios derechos e identidad. Para ellos, regresar a una forma de vida nómada y agroecológica, con las razas de ganado resilientes, como las que criaban sus antepasados, es el camino hacia una mejor soberanía alimentaria y un renacimiento de su cultura Indígena.  Como dijo Raimberdieva, "la cría de ganado nativo es un indicador importante del bienestar de los Pueblos Indígenas y un factor clave en la provisión de independencia económica, preservación del paisaje natural e identidad espiritual". Los buriatos siberianos continúan buscando la sabiduría en sus homólogos mongoles, cuyas prácticas tradicionales de cría, pastoreo y manejo de pastos aún están en gran parte intactas.


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El Centro de Construcción de Paz apoya el aprendizaje y el intercambio entre pastores, veterinarios y científicos genéticos para revivir las poblaciones de ganado nativo. Foto de Alexandr Khamaganov.

La población de ganado Buryat está creciendo, pero actualmente solo cuenta con 300 cabezas. En sus visitas, los pastores, veterinarios y científicos siberianos, se maravillaron de la manera en que los mongoles han salvaguardado la cultura de pastoreo nómada. Participaron en un ritual de marca, que demostraba la conexión espiritual de los mongoles con sus animales y el paisaje, conexión que los siberianos pretenden revivir en su propio país. A través de intercambios de aprendizaje como estos, los Pueblos Indígenas de las regiones del Pamir, Tien-Shan y Sayan-Altai, se involucran en procesos de transmisión de conocimiento intergeneracional y transfronterizo.

 

En todo el mundo, la biodiversidad de la flora y fauna del planeta se está perdiendo a un ritmo alarmante. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación estima que casi el 30 por ciento de todas las razas de ganado autóctonas se encuentran actualmente en riesgo de extinción. Al mismo tiempo, una investigación reciente encuentra que los Pueblos Indígenas protegen casi el 80 por ciento de la biodiversidad restante del mundo, a pesar de que comprenden menos del 5 por ciento de la población mundial y administran solo una cuarta parte del territorio del planeta. El frágil equilibrio ecológico que mantienen, asegura que nuestro planeta siga siendo habitable.

 

La pandemia, provocada en parte por nuestro sistema alimentario industrializado, ha obligado a repensar las prioridades, dijo Raimberdieva. Su país, Kirguistán, se enfrenta a su dependencia de la importación de alimentos y, por lo tanto, falta de seguridad alimentaria. “Muchas comunidades se han dado cuenta de la necesidad de sobrevivir a nivel de redes sociales locales y sistemas naturales basados en valores. Es hora de respetar los esfuerzos de los ganaderos, trabajadores agrícolas, cazadores, artesanos y todos los que crean algo con sus propias manos para el beneficio de ellos mismos y de los demás”.

Respetar estas comunidades y sus prácticas nos ayuda a todos. Un informe reciente del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, hace hincapié en que una mejor gestión del entorno, como la que practican los pastores nómadas en Asia Central, es fundamental para enfriar el planeta. Cuando el ganado bovino de Buryat resurja prospero de nuevo, se fortalezca la biodiversidad genética y las prácticas de pastoreo agroecológico en Asia Central y la integridad territorial, estaremos un paso más cerca de un futuro más saludable y resistente.



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La Red Africana de Biodiversidad ayuda a los jóvenes a aprender de sus mayores sobre los alimentos y las plantas tradicionales. Foto de Simon Mitambo.

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El este de Kenia es un paisaje rojo y polvoriento, donde las comunidades crían ganado y cultivan gran parte de sus alimentos en pequeños huertos y campos, trabajando de manera comunitaria en la temporada de cosecha. Como en el resto del mundo, el COVID-19 ha alterado las formas de vida aquí. El movimiento de personas está limitado por el toque de queda impuesto por el gobierno; no pueden llegar a sus campos para cosechar, pastorear o guardar semillas, y ya no es posible ayudar en granjas vecinas en la recolección. El riesgo de poder pasar hambre es muy real. Pero por ahora, las comunidades Indígenas se han unido para apoyarse entre sí y a aquellos que no pueden cultivar sus propios alimentos.

 

La pandemia también ha revivido tradiciones ancestrales, trayendo de nuevo respeto por el conocimiento intergeneracional. En las últimas semanas, los Ancianos Mijikenda, Kikuyu, Kamba, Maasai y Tharaka celebraron cada uno por su cuenta diferentes ceremonias para invocar la ayuda de los antepasados, como se informa en The Star. En Tharaka, los ancianos realizaron un ritual conocido como Muriira, para generar solidaridad y proteger a la comunidad del coronavirus. Tradicionalmente, los Ancianos Tharakan dirigían el Muriira cuando se enteraban de que una enfermedad o pestilencia originada en áreas y comunidades vecinas podía pasar al territorio Tharakan.

 

“Tenemos nuestras propias formas tradicionales de responder a estos eventos, y nos han ayudado a ser resilientes frente a muchos desafíos. Estas respuestas al modo tradicional son parte de la razón por la que el pueblo Tharakan todavía está aquí, a pesar de los enormes enjambres de langostas que han amenazado nuestros cultivos y enfermedades que han amenazado a nuestra gente como la varicela”, escribió Simon Mitambo, en un artículo para Terralingua. Mitambo es el Coordinador del Programa Regional de la Red Africana de Biodiversidad, una red regional de organizaciones que buscan soluciones africanas a los desafíos ambientales y socioeconómicos que enfrenta el continente. La Red Africana de Biodiversidad busca promover el conocimiento Indígena, la agricultura ecológica y los derechos relacionados con la biodiversidad. Como parte del ritual Muriira, la gente prepara variedades de mijo cultivadas localmente y recolecta hierbas silvestres energizantes para que las usen los Ancianos. Mujeres y hombres de la comunidad preparan grandes cantidades de papilla elaborada con semillas y miel local. Con el alimento ceremonial, los Ancianos visitan granjas en todo el territorio para proteger de las amenazas y rezar por restaurar el equilibrio ecológico. Este año, el ritual se adaptó al distanciamiento social.

 

Durante décadas, la gobernanza tradicional ha estado reñida con la gobernanza convencional. La educación colonial y los misioneros occidentales han erosionado la cultura tradicional de Kenia. Lo que es particularmente extraordinario es que el ritual ha creado un grado de armonía dentro de la comunidad Tharakan. Algunos cristianos, que suelen ser hostiles con los Ancianos que continúan practicando la espiritualidad tradicional, donaron semillas y hierbas para el ritual. “Esto me sorprendió y les pregunté a los Ancianos por qué. Dijeron que es porque en esta época de crisis, sus mentes parecen abrirse a los caminos de sus antepasados. Parecen estar viendo el valor de nuestros rituales y lo que puede hacer por nosotros nuevamente”, nos dijo Mitambo.


kenyaLos ancianos Tharakan realizan un ritual para proteger a sus comunidades del coronavirus. Foto de Simon Mitambo.

A través de la Red Africana de Biodiversidad, los Ancianos de diferentes clanes y comunidades han comenzado a interactuar con los niños y jóvenes en las escuelas, para que puedan adquirir conocimientos ancestrales además de su educación formal. En los últimos años, ha habido un resurgimiento de alimentos y prácticas Indígenas; los alimentos tradicionales y las semillas ancestrales están regresando a estas comunidades. Las semillas Indígenas se adaptan mejor a la tierra y al clima cambiante de esta región, y las personas que han vuelto a utilizarlas tienen buenas cosechas y se alimentan bien. Hay más conciencia entre los jóvenes de que sus alimentos tradicionales son nutritivos y fortalecen el sistema inmunitario. También se han comenzado a ver cambios a nivel paisajístico. Los Ancianos ayudaron a identificar sitios naturales sagrados y, a través de diálogos comunitarios, la gente recordó cómo se veían los ríos y las llanuras hace mucho tiempo e hizo planes para revivir estos lugares, restableciendo las leyes tradicionales que los protegieron durante cientos de años.

 

El regreso del Muriira y las formas en que está involucra a las comunidades, es una señal de algo grande: una marea que se vuelve contra las prácticas coloniales industrializadas que durante mucho tiempo han explotado los territorios Indígenas. Los Ancianos Tharakan nos recuerdan que al igual que todos nuestros antepasados lo hicieron, si realmente queremos sobrevivir en este planeta, debemos tener cuidado con los forasteros que afirman que sus alimentos y tecnología nos salvarán, y cuidarnos unos a otros mientras vivimos en armonía con naturaleza.


Lo que nos espera


La crisis del COVID-19 pone al descubierto nuestra dependencia de un sistema alimentario globalizado poco fiable. La historia es bien conocida: los modelos occidentales de agricultura industrial han desmantelado y borrado sistemáticamente las tradiciones indígenas. Con la inestabilidad causada por el COVID-19, Naciones Unidas advierte que se espera que el hambre a nivel global se duplique para fines de 2020. Por supuesto, las nuevas tecnologías pueden ser útiles, pero solo si mantienen el mensaje de las comunidades indígenas; nuestra supervivencia depende de fuertes lazos con la comunidad y la Madre Naturaleza.

 

Aprender a honrar ese tejido cultural y fortalecer la agricultura basada en la naturaleza, es el corazón donde se centra el movimiento global de agroecología. La vida de las comunidades Indígenas relatadas en este artículo, son fundamentales para ese movimiento diverso y de amplio alcance. En una reunión reciente del Fondo de Agroecología, los participantes del Parque de la Patata, el Centro de Construcción por la Paz y la Red de Biodiversidad Africana, tuvieron la oportunidad de intercambiar conocimientos y experiencias con practicantes de agroecología de todo el mundo, al mismo tiempo que aprendían de sus colegas en India, que participan en un programa de agricultura natural dinámico y apoyado por el estado.

 

La acción colectiva para dar repercusión a la agroecología y cambiar la forma en que alimentamos a nuestras comunidades en estos tiempos inciertos es fundamental. El Fondo de Agroecología facilita oportunidades para el diálogo, el debate y la promoción, con el objetivo de fortalecer las conexiones entre los profesionales de la agroecología, los investigadores, los donantes y los legisladores de políticas. En la próxima Conferencia de la ONU sobre la Diversidad Biológica en Kunming, China, en 2021, estos grupos liderados por Indígenas buscarán hacer cumplir la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, un mecanismo de organización clave para expresar las prioridades de sus comunidades, visiones del mundo e identidades colectivas. Cuando traigamos las cosmovisiones Indígenas desde los márgenes y las mantengamos en el centro, un sistema alimentario justo y equitativo estará a nuestro alcance.

— Amrita Gupta dirige las comunicaciones en el Fondo de Agroecología; Daniel Moss es el director ejecutivo del Fondo de Agroecología; Simon Mitambo es coordinador de programas regionales de la Red Africana de Biodiversidad; y Cass Madden es investigadora senior de la Asociación ANDES.

 

Este artículo fue escrito en colaboración con el Fondo de Agroecología.

 

Foto superior: Para la comunidad Quechua de los Andes, la papa es alimento, medicina y símbolo cultural. Foto cortesía de Potato Park.

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