En las colinas ondulantes de Ntahbang, una pequeña comunidad Indígena Mbororo Fulani en Bamenda, Camerún, algo extraordinario está echando raíces. Donde antes la vida cotidiana estaba marcada por la adversidad, el desplazamiento, la reducción de las tierras de pastoreo, las fuentes de agua contaminadas y la confiscación de territorios Indígenas para los llamados proyectos de “desarrollo” —junto con el hambre, la desnutrición y la disminución de la fertilidad del suelo— hoy las mujeres Mbororo de Ntahbang están cultivando esperanza. Con su compromiso de construir un sistema alimentario sano y sostenible, trabajan para asegurar la soberanía alimentaria de su comunidad.
Una mañana temprano, un jueves en Ntahbang, el sol apenas ha salido cuando Gaaji, una mujer Mbororo de treinta y tantos años, amarra a su bebé a la espalda e inicia a pie el trayecto de dos horas hasta el mercado más cercano. Al llegar, recorre con la mirada los puestos repletos de tomates, repollo, frijoles y hojas de arándano, pero los precios la hacen dudar. La fruta y las verduras frescas son demasiado caras, y la mayor parte de los productos proviene de fincas lejanas rociadas con químicos cuyos nombres ni siquiera puede pronunciar. En su lugar, compra lo que puede costear: harina de maíz, arroz y unos cuantos puñados de papas.
De vuelta en casa, la dieta de la familia de Gaaji es sencilla y alta en almidones. La proteína escasea. Como pastores Indígenas, los Mbororo antes dependían del ganado para obtener leche, mantequilla, carne e ingresos, pero ahora los rebaños son más pequeños, los pastizales están invadidos por especies invasoras y los arroyos que antes alimentaban a su ganado están contaminados y se han vuelto marrones. La reducción de las tierras de pastoreo y las lluvias erráticas han disminuido tanto la calidad como la cantidad de leche y carne, dejando a las familias con menos para comer y menos para vender.
Para mujeres Indígenas como Gaaji, la salud y la sostenibilidad significan poder alimentar a sus hijas e hijos con comida fresca cultivada sin químicos, cosechada en suelos limpios y compartida dentro de la comunidad. Pero en un sistema que vuelve la alimentación saludable costosa y lejana, incluso la posibilidad de elegir se convierte en un privilegio.
Ante esta realidad, las mujeres Indígenas de Ntahbang decidieron que el cambio ya no podía esperar. Al organizarse como el Anura Ntahbang Women Common Initiative Group, se propusieron reconstruir su sistema alimentario desde la base, arraigado en la soberanía alimentaria, el trabajo colectivo y el conocimiento agroecológico ancestral. En vez de caminar kilómetros para comprar comida, ahora la cultivan ellas mismas, nutrida con compostaje orgánico y agua de lluvia.

Regresar a la tierra
Mediante capacitación práctica, las mujeres han aprendido diversificación de cultivos, labranza de conservación, producción de abono orgánico y control biológico de plagas. Conversan sobre los daños de los fertilizantes químicos y comparten recuerdos de cómo sus abuelas cultivaban suelos fértiles usando estiércol animal y compost. La conexión entre pasado y presente se vuelve tangible con cada técnica: un retorno al Conocimiento Ecológico Tradicional y a la sabiduría integrada en las formas de vida Mbororo.
Con apoyo del Fondo de Agroecología (The Agroecology Fund), 60 mujeres recibieron plántulas de hortalizas de karkashi, njama njama (huckleberry), tomates y repollo, además de plántulas de guayaba, aguacate y mango. El proyecto también distribuyó aves de corral de cría orgánica para que las familias obtuvieran huevos y estiércol, así como una fuente adicional de ingresos. Las reuniones semanales del grupo se convirtieron en espacios para compartir logros, resolver desafíos y defender la agroecología como medio de vida y como forma de resistencia Indígena.
“Antes dependíamos de la comida del mercado”, dice Hadijah Dawa, una madre Mbororo con cuatro hijos que transformó su pequeña parcela en una próspera huerta de arándanos. “Ahora puedo alimentar a mi familia con comidas saludables y todavía vender lo que sobra. La agroecología me ha dado libertad y esperanza para mis hijos.” La historia de Dawa refleja la de muchas mujeres en Ntahbang. Desde su jardín modesto, se ha convertido en una educadora comunitaria, guiando a otras mujeres para cultivar verduras sin depender de químicos. “Cuando usamos el suelo de la manera correcta, éste nos devuelve”, afirma.

Semillas de cambio
A medida que sus huertos comenzaron a florecer con verduras de hoja, hierbas y árboles frutales, para las mujeres no se trataba solo de plantas: eran símbolos de continuidad. “De estos árboles frutales comeré yo, comerán mis hijos y mis nietos seguirán comiendo”, dice Mairam, una de las primeras mujeres en plantar plántulas de guayaba y mango en su predio. “Cada árbol es una promesa de que estamos dejando algo bueno”.
Los árboles de Mairam son una metáfora de la resiliencia de su familia. Ella y sus vecinas han empezado a intercambiar plántulas, reavivando una cultura de reciprocidad y redistribución que antes caracterizaba la vida comunitaria Mbororo. “Cuando alguien planta un árbol, no lo planta solo para sí misma. Es para la próxima generación”, afirma.
El proyecto también trajo una transformación social. Los encuentros semanales de mujeres se convirtieron en espacios de diálogo y solidaridad. Las mujeres aprendieron contabilidad básica, gestión cooperativa e incidencia en derechos sobre la tierra y agricultura orgánica. Estas reuniones reactivaron lazos de parentesco y redes de hermandad que se habían debilitado tras años de conflicto y presión económica.
A pesar de la inestabilidad sociopolítica que afecta a la región, las mujeres han continuado su trabajo con una determinación inquebrantable. “Incluso cuando no podíamos reunirnos en grupos grandes, las mujeres compartían novedades mediante pequeños encuentros y llamadas telefónicas. La agroecología se convirtió en nuestra conexión”, dice una de las coordinadoras del proyecto.

Juventud y aprendizaje intergeneracional
Reconociendo que la verdadera sostenibilidad reside en la continuidad entre generaciones, el Anura Ntahbang Women Common Initiative Group incluyó intencionalmente a personas jóvenes en el proyecto. Entre ellas estaba Habiba, una estudiante de agricultura de 23 años. “Al principio, solo conocía la agroecología por la escuela. Aquí aprendí a hacer compost orgánico, a cuidar los cultivos con respeto y a ver la agricultura como parte de lo que somos”, cuenta.
Habiba ahora gestiona su propia pequeña parcela de hortalizas usando semillas y plántulas proporcionadas por el proyecto. Acompaña a niñas más pequeñas de su comunidad, enseñándoles que la agricultura puede ser tanto un sustento como una práctica cultural arraigada en el cuidado de la tierra. Su historia muestra cómo la juventud Indígena está transformando su relación con la agricultura y la ha recuperado como un camino hacia la soberanía y el orgullo. “El suelo es nuestro patrimonio”, dice. “Cuando lo cuidamos, nos cuidamos a nosotras mismas”.
Junto con sus logros, las mujeres también enfrentaron contratiempos. Las lluvias intensas destruyeron camas de cultivo y se perdieron aves de corral debido a brotes de enfermedades. El aumento de la inseguridad en la región también limitó la movilidad y la comunicación entre agricultoras. Sin embargo, la determinación de las mujeres no flaqueó. Mediante cooperación y responsabilidad compartida, desarrollaron estrategias de adaptación: replantaron rápidamente tras las pérdidas, compartieron semillas entre hogares y documentaron las lecciones aprendidas. Hoy mantienen un vivero colectivo para asegurar acceso constante a plántulas, una práctica inspirada en modelos ancestrales de intercambio de recursos. “Este proyecto nos ha ayudado muchísimo”, dice Maimuna Buba, una participante que inició su propia unidad de crianza de pollos orgánicos. “Incluso cuando perdemos cultivos, volvemos a empezar. Hemos aprendido que siempre podemos intentarlo y que no estamos solas.”

Sistemas liderados por Pueblos Indígenas para un futuro sostenible
Para las mujeres Mbororo Fulani de Ntahbang, la agroecología no es simplemente una innovación técnica. Es una práctica cultural que las reconecta con formas de vida Indígenas basadas en reciprocidad, responsabilidad y vínculo con la tierra, un antídoto frente a sistemas agrícolas extractivos que han erosionado tanto el suelo como los lazos comunitarios.
Los logros del proyecto van más allá del volumen de cosecha. Las mujeres han ganado confianza, reconocimiento social e independencia económica. Han surgido como defensoras de la soberanía alimentaria, enseñando a otras personas a cultivar con respeto por la tierra. Sus huertos son aulas vivas donde, una vez más, se comparten entre generaciones cantos tradicionales, oraciones y sabiduría ecológica.
La agroecología, tal como se practica aquí, refleja la comprensión Mbororo de la vida como interdependencia entre personas, animales y el entorno natural. Al adoptar la agricultura orgánica y un liderazgo comunitario, las mujeres han reactivado métodos tradicionales que fueron interrumpidos por prácticas agrícolas modernas.
De cara al futuro, la comunidad planea ampliar su red Indígena de distribución de semillas, involucrar a las escuelas en huertos orgánicos y continuar defendiendo el acceso a la tierra para las mujeres Indígenas. Su mensaje es claro: la soberanía alimentaria no es un sueño, es una práctica arraigada en el conocimiento Indígena y sostenida por la acción colectiva. “Cuando nutrimos el suelo, nutrimos a las personas”, dice otra de las lideresas del proyecto. “Y cuando a la gente se le dan herramientas y confianza, se levanta para construir comunidades más fuertes y más verdes.”
Zuhira Musa (FULANI) pasante en CS
Foto Superior: Hadijah Dawa en su huerto y maizal en Ntahbang, creados gracias al Proyecto de Agroecología de Anura. Su historia encarna el liderazgo de las mujeres Indígenas en la reconstrucción de la soberanía alimentaria y la restauración de la salud del suelo mediante prácticas de agricultura orgánica.
Todas las fotos son de Albaou Amira, Mujeres Anura Ntahbang (Fulani).