Pasar al contenido principal

Mi infancia y el festejo del día de muertos en mi comunidad

 
Por Rosenda Maldonado Godinez (Otomi)

El olor a flor de cempaxuchitl, se confunde con el olor a chocolate que mi mamá prepara en estas fechas para el desayuno y en ofrenda a los muertos. En mi comunidad, los festejos del día de muertos inician el día 31 de octubre de cada año. Cuando era niña, en esta fecha mi mamá, mi papá y mis cuatro hermanos, se levantaban a las 5:00 de la mañana para hacer la lumbre, mientras yo, acostada en un rincón de mi casa de madera, escuchaba los ruidos que venían del exterior, porque toda mi familia empezaba a colaborar para preparar el fuego en donde se caliente el agua para preparar el cerdo que se ofrendó a nuestros muertos.

Recuerdo una ocasión especial en donde mi mamá entró al lugar en donde estaba acostada y se dirigió al altar que estaba previamente adornado con un arco de flores de cempaxúchitl. Yo había ayudado a mi papá a preparar el altar, cuyo arco de flores estaba adornado con racimos de naranjas, de mandarinas y plátanos. Mi papá había colgado en cada extremo del arco dos morrales nuevos de ixtle, y mi mamá había forrado la mesa con un naylon de color azul nuevo, colocando dos ramilletes grandes de flores de cempaxúchitl, en dos vasos de plástico color amarillo y rojo.

Cuando mi mamá entró, yo observé que la veladora ya estaba prendida, y mientras iba al centro de la casa había bajado una canasta que estaba colgada en un clavo, al centro de la casa, colocando en la misma pan, nueces, cacahuates y plátanos. Después se dirigió a una caja de madera que estaba en la otra esquina de la casa. Observé que de esa caja sacó una servilleta nueva de manta, bordada a mano por ella, mientras se dirigía nuevamente al altar, colocando la servilleta sobre la canasta, tomando dos flores de cempaxuchitl y deshojándolas sobre la servilleta para adornar la canasta, para posteriormente salir de casa. 

A los pocos minutos, escucho el golpe de la puerta de la sala en donde estoy acostada y veo entrar a  mi mamá nuevamente, ahora con dos tazas nuevas de porcelana blanca con flores rosas pequeñas al centro, estas tazas contienen atole de chocolate, se va el olor dulce del chocolate que impregna toda la habitación, observo que mi mamá coloca con mucha delicadeza sus dos tazas de chocolate en el altar repleto de flores amarillas de cempaxuchitl, va hasta donde está una caja de pan, toma dos piezas y las coloca a un lado de las dos tazas de chocolate, que están humeantes, porque el atole está recién salido del fuego.

Mi mamá volteó hacia donde yo estaba diciéndome: “ya está el chocolate”. Ella sabe que me encanta su atole de chocolate y aunque nunca he sabido como lo prepara sólo me gusta el atole de chocolate que ella prepara. Me levanté, busqué mis zapatos y me los puse y salí de la casa. Al abrir la puerta, el aire fresco de la mañana golpeó mi rostro. Fui a buscar a mi mamá a la cocina y ahí, ella me sirvió una taza de atole. Como estábamos ya en fechas de día de muertos pude comerme una pieza completa de pan, porque mi papá mandaba a preparar con tiempo suficiente pan, el cual debía durar una semana aproximadamente. No nos podíamos quedar sin pan, así que usualmente se preparaba una caja grande.

Cuando terminé de desayunar, tomé una cubeta y fui al pozo de agua que está a 500 metros de mi casa aproximadamente. Mientras caminaba por una vereda, el fresco de la mañana era adecuado, se sentía fresco, no frío. Con mi cubeta en mano, llegué hasta el pozo de agua, el cual estaba rodeado de árboles y vegetación diversa. A medida que escuchaba el sonido y trinar de las aves, llenaba mi cubeta de agua y me disponía a regresar a casa. Lo hice en tres ocasiones, pues en ese día especial se necesitaba llevar mucha agua en casa, ya que los trabajos del día lo requerirían.

Por la tarde, antes de que oscureciera, mi mamá me mandó a mi y a mi hermano más pequeño a colocar petróleo al candil que se usaba para alumbrarnos. En ese entonces, en mi comunidad no había luz eléctrica y mi papá había acondicionado una botella con una mecha de hilo para poder alumbrarnos.
 

img

A mi hermano y a mí, no nos gustaba ensuciarnos las manos con el petróleo, así que buscamos una flor de campana color rosa pálido, para que sirviera de embudo para poder llenar la botella de petróleo sin ensuciarnos tanto las manos. Llevamos el candil a la cocina y mi mamá estaba ocupada con los preparativos para empezar a elaborar los tamales. La cocina estaba llena de hojas de maíz y de hojas de plátano para hacer los tamales. Entre todos, molimos el nixtamal para que mi mamá preparara los primeros tamales dedicados a nuestros muertos.

El aire fresco comenzó a correr cuando entró la noche oscura, tan oscura que no se podía ver más allá de un metro. Lo único que iluminaba la noche eran los cientos de luciérnagas que encendían sus luces por todo el campo. A mi hermano y a mí, nos mandaron a dormir, pues decían que los tamales aún les faltaba mucho para que estuvieran listos para la cena.

Al día siguiente, es decir, el primero de noviembre, mi mamá nos dijo que nos visitarían los angelitos, es decir todos los niños que han muerto. Como yo tengo dos hermanitas que fallecieron de uno y dos años de edad respectivamente, mi mamá pone mucho cuidado de que el primero de noviembre antes de las 12:00 del día, la comida esté calientita en el altar. Preparó los tamales, hirvió calabaza, camote, preparó atole de maíz, fresa o vainilla.

A mí y a mi hermano pequeño nos pusieron a deshojar flores de cempaxúchitl, que colocamos en una canasta. Faltando unos quince minutos para las 12:00 del día, nos pidieron que hiciéramos un caminito con las flores, que fuera de la entrada de la casa hasta el altar. Nuestro camino nos quedó muy bonito y al llegar al altar formamos una cruz con los mismos pétalos de flor de cempaxuchitl, como nos enseñó mi mamá.

Mi papá fue por un cuartillo de maíz y ahí colocó 6 velas, una vela por cada angelito. Buscó una silla para sentarse a un lado de las velas, para cuidarlas y esperar la visita, como ellos le llaman. Mi mamá corrió por un vaso de vidrio y lo llenó de agua, pues dijo que se le había olvidado colocarlo antes de las 12:00 del día. Me dijo que todo podía faltar, menos el agua.
Mi papá y mi mamá, tomaron cada uno su silla de madera color naranja, con asiento de ixtle, mientras cuidaban sus velas, platicaban entre ellos dos, cosas cotidianas, cosas del trabajo, como que les faltaba hacer en el día, o cosas como que la comadre de mi mamá había venido y que le había comentado que su ahijado estaba enfermo y que debían ir a visitarlo, pues era su compromiso ver por el niño, ya que es su ahijado.

img

Al día siguiente, es decir el día 2 de noviembre, antes de las 12:00 del día, mi mamá cambió toda la comida que estaba en el altar. Nos pidió que almorzáramos lo que había sido colocado en el altar y que si venía alguna persona a visitarnos, le compartiéramos lo que había en el altar. Durante esas fechas si íbamos a otra casa, de algún vecino o familiar debíamos compartir los alimentos, llevar lo que preparamos en casa y a la vez, los vecinos o familiares nos compartían sus alimentos, porque son fechas de compartir y convivir en familia.

El día 2 de noviembre a las 12:00 del día mi mamá tenía listo el altar y estaba lista con mi papá para despedir a los angelitos que nos vinieron a visitar, por lo que nos preparamos para recibir la visita de nuestros adultos fallecidos. Mi papá fue por el cuartillo de maíz y tuvo que traer una cubeta, porque tenía más velas que encender. Ellos hicieron lo mismo que el día anterior, se sentaron en una silla y dialogaron entre ellos; nosotros podíamos entrar a sentarnos también, pero no podíamos jugar, porque cuando hay visitas uno se debe comportar, según lo que dijo mi mamá.

Este día mi mamá preparó más tamales con hoja de maíz y papatla o plátano. Al igual que el día anterior, preparó atole, hirvió calabaza, camotes y chayotes y mis hermanos y yo, encendimos cuetes todo el día.

El día 3 de noviembre es bonito porque inicia muy temprano. Mi mamá se levantó a barrer muy temprano y todos ayudamos a que la casa estuviera limpia. Mi mamá alistó atole de chocolate, porque desde muy temprano empezaron a llegar sus comadres, compadres, ahijadas y ahijados con canastas y morrales de comida. Ellos traían comida de lo que preparaban en sus casas para compartir con nosotros y mi mamá a su vez les llenó las canastas y morrales llenos de comida, de la que preparamos nosotros.
Después del mediodía, la gente de la comunidad se fue al panteón, llevando comida, velas, música, flores de cempaxuchitl, cuetes y fueron a visitar las tumbas de sus muertos. Allá convivimos todas y todos y compartimos igual los alimentos. El panteón de la comunidad está lejos, caminando a una hora, así que algunos se fueron caminando y otros a caballo. Caminamos por una vereda sinuosa; para ir, se necesita subir toda la montaña hasta la copa de la misma; ahí, estaba ubicado el panteón y para regresar es bajar y bajar hasta llegar al caserío. En el camino encontramos varios arroyos, manantiales y parcelas donde la gente de la comunidad siembra milpa o frijolares.
 

-- Rosenda Maldonado Godinez es una mujer Indígena Otomí, originaria del municipio de Huayacocotla, Veracruz, México. Licenciada en derecho, con experiencia en la Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, con énfasis en la Defensa de los Derechos de las Mujeres indígenas en temas de Violencia de Genero, Acceso a la Justicia, Tenencia de la Tierra y Territorio y participación política. Presidenta actual de la Agrupación de Derechos Humanos Xochitépetl A.C. ha sido coordinadora de la Red Nacional de Mujeres Indígenas: Tejiendo derechos por la Madre Tierra y Territorio (RENAMITT), también ha formado parte de la Secretaria Técnica de la Asamblea Nacional Política de Mujeres Indígenas (ANPMI) y a formó parte del Grupo Asesor de la Sociedad Civil para el Foro Generación Igualdad México.